Ya ha
llegado el día del libro. En mi colegio lo hemos estado preparando de forma
especial, eligiendo la ambientación de las aulas y pasillos, organizando
concursos de relatos, pensando un hastag
molón para difundirlo en las redes sociales…
Y
todo eso está muy bien. ¡Incluso fenomenal! Pero este año vuelvo a un básico,
que sigue funcionando a la perfección a pesar de los años, de su sencillez y de
su uso y desuso: las recomendaciones personales de lectura que te hacen en un
café, en una cena, o te regala un amigo porque, al ver el libro, ha pensado en
ti.
Sin
preámbulos innecesarios (hoy estoy en plan “directa al grano”), mencionaré los
títulos, los autores y la persona que me hizo la recomendación, a modo de dardo
certero, que apunta y va directo. Y acierta, por supuesto. Acompañada de un
guiño de agradecimiento y complicidad. Así ocurre siempre que compartes lectura
con los demás –quien lo probó, lo sabe,
como dijo Lope en su famoso soneto de amor-.
En
orden inverso a la lectura, mi primera recomendación es Música para feos, de Lorenzo Silva. Se trata de un préstamo directo
de mi compañera y amiga Ana, sin petición previa. Ella, que me conoce bien,
sabía que necesitaría leerlo en algún momento de las vacaciones de Pascua, y
que me gustaría mucho. También sabía que me engancharía a la manera de narrar
de Silva, que me sentiría atraída por la situación vital de los personajes, por
la historia de amor tan peculiar y poco convencional que cuenta y que
disfrutaría con la banda sonora que propone el autor. En Spotify hay lista de
reproducción. Es una combinación de propuestas dispares como la vida misma, de
varias épocas, de música para bailar y para relajarse, para acompañar la
presencia y la ausencia de la persona amada… Si no la lectura, la música al
menos sí.
En
segundo lugar recomiendo La vida es una
verbena, de Lucía Be, por sugerencia de Paloma. Descubrí a la autora
gracias a mi amiga, en Instagram, por sus fotos de perfil de whatsapp. Me
llamaban la atención los dibujos y los mensajes, muy positivos, muy enérgicos,
pero muy sencillos. Como el cumpleaños de Paloma es en diciembre, compré dos
ejemplares en la web oficial de la autora: uno para ella, de regalo, y otro
para mí. Así teníamos las dos el mismo libro como cuando de adolescentes
teníamos la misma agenda, el mismo cinturón o el mismo desodorante. Se trata de
un libro ilustrado, fresco, vital, que inyecta energía por todos los poros de
la piel. A pesar de su aparente superficialidad, lo recomiendo porque te enseña
cosas tan útiles y necesarias como son confeccionarte un buen fondo de armario,
ser positiva ante las circunstancias adversas, leer a Jane Austen y disfrutar
de la vida sin tapujos, subida a unos buenos tacones y con una copa de cava en
la mano. Con todo, no es solo una lectura para chicas; algún que otro amigo se
ha atrevido con él y ha sentido ese buen rollo que transmite Lucía Be. Se lee
fácil, rápido y vale la pena.
Por
último, invito a leer El libro secreto de
Frida Kahlo, de Francisco Haghenbeck. Este es un regalo de mi amigo
Vicente, que viajó a Méjico en verano y, al verlo, pensó en mí; porque le pedí
un libro, el que quisiera, para recordar su viaje. Él, que no estaba muy
seguro, apostó y ganó. Solo la portada ya es deliciosa, con la imagen de la
pintora en blanco y negro, rodeada de vegetación fuertemente coloreada. Atrae
leerlo. El libro es una biografía novelada de Frida, inspirada en el Libro de Hierba Santa, una pequeña
libreta de la autora en la que escribía su colección de recetas de cocina
dedicadas a la Santa Muerte. Todos los episodios terminan con una recomendación
culinaria, curiosa al menos por los ingredientes para aquellos lectores que,
como yo, no disfrutan de la cocina. Para leer este libro secreto no importa que
te guste la pintura, no importa que te caiga bien Frida Kahlo, no importa que
conozcas la cultura o el contexto mexicano de la época de la artista. Lo
necesario es querer disfrutar de una historia peculiar, auténtica, radical y
extrema; de una historia de sufrimiento y placer, de ficción y realidad, de
amor y dolor, de arte y fealdad, de fuerza y debilidad, de vida y de muerte. De
hecho, con esta frase tan contundente invita la sinopsis a su lectura y a la
vida: “Ten el coraje de vivir, porque cualquiera puede morir”. Y por eso, ha
ido pasando de mano en mano entre mis amigos y lectores empedernidos. Tanto,
que desde el primer préstamo (y vamos ya por el cuarto o quinto) aún no ha
vuelto a casa. ¡Y que tarde en volver porque su sitio aquí no se lo quita
nadie!
Así
pues, para celebrar este día, además de leer, podríamos recomendar, y escuchar
recomendaciones, sacar nuestra libretita real o imaginaria y anotar esos
títulos que, por consejo de los que tenemos cerca, pueden seguir alimentando
nuestra mente, nuestra alma, nuestra sensibilidad y nuestra vida.
Y un consejo…
¡Contemplemos la vida! El día del libro podría subtitularse: el día de la
contemplación, de la mirada humana que desgaja hasta el centro la esencia de lo
creado. Leer nos humaniza, porque la lectura es la contemplación que otros
hacen por nosotros, y, ¿por qué no hacerla nosotros mismos? Escribamos nuestros
relatos, a modo de historias que regurgitan en nuestra mente en un paseo por la
playa o el monte. Escribamos poesía mientras pelamos una patata o escuchamos el
rumor del agua hirviendo legumbres y vegetales. Atrevámonos a poblar
servilletas en el café de media mañana con cuatro imágenes divertidas sobre lo
vivido ese día… Contemplemos nuestro mundo y expresémoslo con los garabatos
vitales que engendran, como dioses creadores, paraísos e infiernos;
civilizaciones y paisajes; besos imposibles e instantes hilarantes… Leer es
contemplar, y contemplar, vivir. ¡Vivamos, pues!