domingo, 3 de febrero de 2019

Goya, 33


He pasado la semana expectante por los Premios Goya. Desde siempre me gusta ver la gala y estos días recordaba a las mujeres de mi casa sentadas frente al televisor un domingo por la noche expectantes ante lo que fuera a suceder.

Este es el año que más gente la ha visto, de mi entorno al menos. Algunos se conectaron tarde, pero aguantaron hasta el final. Es la primera vez, sin embargo, que yo llego a verlo todo: desde las 19.50h conectada a la TVE1 para no perderme ni un instante de esta maravillosa noche. ¡Y valió la pena!

En primer lugar, la ubicación. ¡Qué bien que la gala viajara por España! ¡Si es que Sevilla tiene un color especial! Y resulta que el cine español lo subvencionamos entre todos, ¿no? Pues repartamos también el evento, los beneficios y el glamour.

Me gustaron los estilismos de Elena Sánchez y Leonor Watling. Nieves Álvarez sublime como siempre -ella es modelo y se nota; juega en otra liga-. De ellos, vi a Paco León guapísimo. A José Coronado también. Pero, siguiendo con el clasicismo masculino, me quedo con Álex González (cómo no), aunque me llamaron la atención los esmóquines bicolor como el del ganador del Goya al mejor actor protagonista, cosa que no me había pasado hasta ahora.

Me gustó el inicio de la gala (¡estaba emocionada viéndolo!). En casa aplaudimos al finalizar, y me pareció una forma diferente de empezar una gala que, justamente, va de eso: de ficción. Silvia Abril y Andreu Buenafuente estuvieron bien. Tenía claro que iban a estar bien. Este año la Academia apostó sobre seguro, tras la críticas del año pasado. Me reí con el numerito del baile, cuando se quedaron en ropa interior y con alguna que otra tontería que hicieron. Me caen bien y son profesionales. ¡Buena presentación!

Me gustó el momento del Goya de honor: ver subidos sobre el escenario a tantos directores reconociendo la influencia y el saber hacer de Narciso Ibáñez Serrador me enterneció, y me hizo pensar en cuántas ocasiones callamos esos agradecimientos por vergüenza, orgullo o simplemente por no saber o por no tener ocasión. ¡Qué lástima! ¡Y qué suerte la de Chicho, que sí los escuchó!

Me gustó la música en directo, y en especial Rosalía: la conocía de oídas únicamente (aunque parezca increíble), y me impactó la puesta en escena: me recordó a la gira de El Arcángel con las voces búlgaras, a quien tuve la suerte de ver hace unos meses en directo. Hoy, para contrastar, me he puesto en youtube la versión original de Los Chunguitos. Por una vez, me quedo con la copia.

Me gustaron los discursos, en especial los de aquellos nominados por sus papeles de actriz y actor revelación. Los dos pretendieron hacer visibles en el cine (y en la sociedad) realidades que no siempre lo son: las mujeres a partir de los 40 y las personas con capacidades diversas, diferentes. Lo de Jesús Vidal, más que un discurso, fue una lección de vida: frases como con solo una sonrisa cambias el mundo, ver la vida con los ojos del corazón y sí me gustaría tener un hijo como yo porque tengo unos padres como vosotros las podríamos grabar en nuestra memoria y recordarlas de vez en cuando, en momentos en que la vida se vuelve dura y no sabemos por dónde tirar.

Y, para terminar, broche de oro. No esperaba que Campeones ganara el Goya a la mejor película, la verdad; pero me alegré. Y disfruté con la entrega y la fiesta que montaron sobre el escenario todo el equipo. ¡Qué caras de felicidad! ¡Qué alegría más sincera y más bonita! ¡Qué merecido reconocimiento!

Ojalá después de estos Goya las palabras inclusión, diversidad y visibilidad que pronunció el mejor actor revelación de este año no se queden en el recuerdo de un discurso emotivo. Lo suyo sería incorporarlas a una manera de vivir, la de cada uno, la de cada día.

P.S. Como final de crónica: las lágrimas.
O quizá: mientras tanto, las lágrimas.
Llorar no nos hace ni mejores ni peores, ni siquiera más humanos (recuerdo lágrimas de grandes déspotas enternecidos ante alguna minucia), pero nos da una clave para apostar y defender lo que oculta la vida; son el indicador de algo importante que se abre paso en el enrocado mundo de nuestros momentos ajetreados y mezquinos de cada día. Cuando te sorprendan las lágrimas, apunta en tu diario los detalles para sondear ese atisbo de vida que quiere abrirse paso en tu existencia. Pero sigamos con las lágrimas de los Goya.

Sin casi dar ocasión a las primeras risas de los primeros chascarrillos de Silvia y Andreu, sale la ‘troup’ de Campeones a entregar el primer premio. Ni el más optimista de los dirigentes de las diversas asociaciones de personas con discapacidad, diversidad funcional o psíquica, hubieran soñado nunca una foto así. El cine lo hizo posible anoche. Los ‘silencios’ de nuestra sociedad enfatizando los acordes de los más deseados y venerados. Para llorar de emoción. Algunos pensaron viendo a Alberto Nieto con dificultades para abrir el sobre en un condescendiente ‘pobrecito’, y fue de los que mejor lo hizo, ¡ya ven! ¡Lástima que no le tutearan a Gloria Ramos al entregar el Goya! ¡Hubiéramos llorado de risa!

Las lágrimas que suscitó Jesús Vidal vencieron la habitual barrera de la hipocresía de lo fácil y oportunista. Habló como si estuviera defendiendo a los suyos ante un insulto barato en una esquina de su barrio. Ni siquiera el realizador de la gala tuvo agallas para meter el fondo musical que indicaba ‘chaval, se te acabó el tiempo, gracias por participar’ (seguramente andaba buscando los pañuelos en algún cajón del estudio). No estamos acostumbrados a tanta ingenuidad y sinceridad de corazón públicamente expresada. ¡Un campeón!

El resto fueron lágrimas dedicadas. Según fueron tocando rostros, realidades o acontecimientos que a cada cual erizaba un sentimiento, un recuerdo, una situación. Ayer fueron más importantes los pañuelos de papel que el retoque de ojos. A mí me emocionó Chicho, pero no el del reportaje previo, sino el de la silla de ruedas que por ‘falsa discreción’ ni siquiera nos dejaron ver mientras agradecía el premio: seguimos teniendo miedo a mostrar la indecorosa belleza del final de las vidas. Quizá por eso lloramos poco, porque no nos deleitamos suficientemente en lo hermoso…