lunes, 21 de diciembre de 2015

Un título a medias

Ante el día 23 de abril, quiero poner un cartel en la luna de mi comercio: "Se necesitan lectores con o sin experiencia". Me preocupan los millones de parados (y mucho), pero me descorazonan los millones de objetores a la lectura y los lectores pasivos que no se sienten perjudicados por la lectura ajena. Hemos de rearmar con libros el ejército de analfabetos funcionales que dejan vista, tiempo y sensibilidad ante interminables competiciones de fútbol digital, francotiradores sin escrúpulos y coleccionistas de frutas. Aunque solo sea por hoy, demos la palabra a los libros y a quienes sienten mejorar su vida por las lecturas que viven y comparten:

En materia de libros, siempre he sido de las que no ha podido evitar poseer todo aquello que leía, por obligación o por devoción. De las que, sin querer queriendo, intentaba lucir biblioteca personal ordenada por editoriales y hasta por número de publicación según colecciones. Me miraba y remiraba mis libros, mis montones de historias, con las que evocaba recuerdos de lecturas pasadas o proyectaba esperanzas de futuras aventuras... Y es que me he gastado en papel impreso lo que tenía y lo que no (me vienen a la memoria deudas infinitas en la facultad de Teología, donde M. Jesús me anotaba con su peculiar letra en la libreta de los préstamos). Papel en cualquiera de sus variantes. Así era yo.
Y digo era porque, de un tiempo a esta parte, he cambiado. Si afirmo que del todo miento como una bellaca, porque en mi fuero interno seguiría comprando libros sin parar, llenando estanterías por doquier (la vitrina donde mi madre me decía que tocaba exponer la vajilla buena la tengo llena de libros) y entreteniéndome horas y horas ordenando todo en mis armarios favoritos que guardan historias maravillosas. Pero hoy en día todo lo haría con cierto remordimiento de conciencia por tres razones: por el desembolso económico, por la invasión de espacio familiar y por el tiempo no dedicado a cosas más urgentes (aunque de vez en cuando me doy un capricho a tres bandas, lo confieso).
Por eso y por más motivos, decidí cambiar. Fue poco a poco, sin darme mucha cuenta, quizás de un día para otro. Ya lo había hecho otras veces, es cierto, pero no con la asiduidad con que lo hago ahora. Es algo muy sencillo y tan antiguo como el ir a pie, a lo que yo era bastante reticente por mi afán de posesión: descubrí el gusto de que me presten libros. Así, sin más. Me contuve en las primeras ocasiones de comprar el ejemplar una vez leído (y lo suyo me costó). De ese modo, cada vez la tentación fue menor, hasta el punto de que hoy en día leo más libros prestados que propios. Lo reconozco abiertamente.
Me encanta leer lo que me recomiendan mis amigos y conocidos, ya sin esa necesidad imperiosa de comprar el libro después, y sin más filtro que el gusto ajeno o el de quien conoce mis preferencias. Y, por supuesto, he reducido el porcentaje de ocasiones en el que he tenido el típico quebradero de cabeza del lector necesitado (¿y ahora qué leo?). Solo por eso ya vale la pena. También he dejado muchos libros, y lo sigo haciendo, siempre que alguna amiga (más que amigo) me pide consejo o atraviesa esa racha de sequía lectora. Porque cuando te prestan un libro, sí o sí, hay que acabarlo. Aunque sea por quedar bien. Y especialmente por poder responder a la pregunta obligatoria en el momento de la devolución: ¿te ha gustado? Pues sí, o pues no. Eso ya depende de cada uno, y de cómo se lo vaya a tomar el propietario del ejemplar.
En mi caso, leer de prestado ha supuesto una ampliación importante de horizontes literarios, ya que de esta forma he leído obras que de otro modo probablemente no hubieran llegado a mis manos, por falta de atracción por la trama o por el autor. Por ejemplo: nunca jamás hubiera leído "Ángeles y demonios", de Dan Brown, si no fuera por el amigo que me lo dejó. A Davit sí lo recomiendo encarecidamente como amigo, pero el libro no. Y el autor menos.
Sin embargo, esto no es lo habitual. Normalmente me encantan los libros que me dejan. Y me gusta más aún conversar con su propietario o propietaria sobre la obra en cuestión. Un café, un intercambio sereno de impresiones, unas rápidas palabras por el pasillo en el momento de la devolución, un e-mail (mi valoración al finalizar "En los zapatos de Valeria" era urgente enviársela a Paloma, aunque habíamos intercambiado millones de mensajes durante la lectura)  o un mensaje de whatsapp. ¡Y hasta un grupo con ese fin! Ahí estamos Ana, Fernando y yo tecleando palabras y emoticonos sobre nuestras lecturas, nuestros préstamos, a menudo sobre películas y de vez en cuando sobre vino. Y tomando ese café literario casi todo los lunes.
Y es que ése es el secreto: la relación que se establece entre los que comparten lecturas. Porque leyendo así, lo personal se enriquece con lo ajeno, lo real se complementa con lo ficticio, lo lógico y racional de la cotidianidad acogen lo inverosímil y mágico de la fantasía... Y se fortalecen las relaciones. Por eso, los lazos entre los co-lectores se estrechan, ya que leer lo que le gusta al otro te ayuda a conocerlo mejor. Sin ninguna duda. Y a veces, a entenderlo y quererlo más.
En este mes en que se celebra el Día del Libro no puedo dejar de dar las gracias a todas aquellas personas con las que comparto amor, amistad, cariño y lectura. Porque gracias a ellos y a ellas he encontrado el gusto a la novela negra (Mankell, he de mencionarte por obligación; especialmente "La falsa pista"), he releído poetas (Lorca, por ti, Vicente), me he suscrito a revistas (Cristianismo y Justicia, Dani, que aún sigo) y hasta me fotografío con estatuas de autores literarios (ya lo hacía antes, pero ahora con mayor ilusión porque comparto afición con algunas de mis mejores amigas y porque así actualizo mi foto de perfil de las redes sociales de vez en cuando).

Para finalizar, dos recomendaciones: el último libro que he comprado (después de este alegato a favor del préstamo, ¡parezco incoherente! Quizás lo sea, pero en esta ocasión no me importa). Se titula "La gente feliz lee y toma café", de Agnès Martin-Lugand -a estas alturas, mi ejemplar lo han leído ya tres amigas, en poco más de un mes desde que lo adquirí-. Y la única recomendación que me ha hecho la otra mitad de este blog: "Bolboretas", de Xavier P. Docampo. Son, pues, dos títulos que comparto, no uno. Dos títulos a medias. Porque, como el café, un libro compartido sabe mejor. ¡¡Feliz día del libro!!




(Fecha original de publicación: 22 de abril de 2015)

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