Prometo que tenía la
intención de que este final de año e inicio del siguiente pasaran sin pena ni
gloria. Había decidido recibir, acoger y contestar los mensajes de felicitación
sin tomar yo la iniciativa. De hecho, algunos amigos y amigas saben que es el primer año
que no escribo postales de felicitación de Navidad porque no les ha
llegado ninguna a casa. Sí me he detenido a responder todos y cada uno de
los correos electrónicos y whatsapp (también unos poquitos por Line y Telegram)
que me han llegado, retuitear mensajes bonitos y dar al "me gusta" de
los amigos que en su muro nos felicitan a todos. Y, a pesar de sentir cierta
inquietud, estaba contenta con esta actitud inusual en mí por estas fechas.
Incluso he llegado a dejar que mis hijos decoren el árbol de Navidad (el Belén
sí lo puse yo) sin intervenir absolutamente en nada: ni coordinación de
tamaños, ni elección de colores, ni tipos de bolas y ornamentos decorativos...;
ciertamente extraño.
Pero justo este año el día 1 de enero hicieron una película en la Primera
cuyo título me llamó la atención. No por lo bonito que es o las connotaciones
positivas que tiene, sino porque en su momento oí nombrar mucho esa película y
no la pude ver (como suele ocurrir). Así que decidimos que el plan de esa noche
era ver la peli. Si no la habéis visto os la recomiendo, teniendo en cuenta que
me gustó pero no me entusiasmó. Lo que más me llamó la atención es cómo el
protagonista (con cierto desequilibrio psicológico) interioriza una actitud tan
necesaria para todas las personas, también para las que nos llamamos
“normales”: ver el lado bueno de las situaciones, de los acontecimientos, de
los momentos, de las personas (la escena del hermano comparándose con él es
tremenda; y la reacción del protagonista de darle un abrazo, genial)…Y
repetirse a símismo que toda vivencia tiene algo de positiva, aunque no lo
estemos captando mientras nos ocurre.
Esa misma tarde, en un micromomento de soledad, había estado leyendo el
Evangelio del día (Lucas 2, 16-21) y me impresionó la actitud de la Madre de
Dios, cuya fiesta litúrgica celebrábamos: María guardaba todo en su corazón, y
lo tenía muy presente. No ignoraba lo que ocurría a su alrededor cuando los
pastores adoraban a su Hijo, no lo exageraba, no lo predicaba a los cuatro
vientos, pero quizás tampoco lo comprendía del todo. Solo lo acogía y confiaba.
Son muchas las veces en que no comprendemos lo que ocurre a nuestro
alrededor. No me refiero solo a lo que sucede a gran escala: acontecimientos
mundiales, económicos, políticos, religiosos, etc. -me confieso incapaz de
estar al día en todo esto- sino especialmente a los pequeños gestos,
comentarios, actitudes, decisiones, manías, palabras…que tanto nosotros como
los demás hacemos, decimos, tenemos, tomamos, repetimos o pronunciamos. Son
muchas las veces en que esa incomprensión (incluso inconsciente) nos lleva, no
siempre a discutir, pero sí más a tener mal humor, estar enfadados, hablar mal
sin motivo, gritar más de la cuenta… Y también nos paraliza en tantos momentos
para sonreír, para dar las gracias, para fijarnos en que alguien va demasiado
cargado, para saludar, para mirar a la cara cuando nos hablan, para preguntar o
comentar alguna tontería que quizás alegre el rato a la otra persona… Pequeñas
cosas que nos hacen felices a nosotros y a los demás.
Yo, durante este
curso, he descubierto que siempre tenemos una puerta abierta al cambio, casi
automática que, como el agujero por donde cae Alicia o el armario que nos da la
bienvenida a Narnia, nos abre al mundo de las pequeñas cosas y nos sitúa en
otro mundo: tirarte al suelo. Así, sin más. Recuperar el contacto con el suelo,
ponerte a la altura de los pequeños y hablar, reír, jugar, desde
abajo. ¡Cambia la vida! Y si a tu lado hay algún infante juguetón,
recuperas de golpe la infancia perdida, la inocencia enmascarada por años de
adulto y comienzas a sentir 'el lado bueno de las cosas', desde abajo. ¿Será la
razón por la cual Dios vino a la Tierra desde lo más abajo posible?
Por eso mi único
propósito de año nuevo es ver el lado bueno de las cosas, de tal modo que, como
María, no ignore, rechace o exagere lo que ocurra, sino que confíe y espere a
comprender (quizás no del todo, pero sí a aceptar) por qué suceden los
acontecimientos o por qué actúan así las personas. Al fin y al cabo, aún
estamos en Navidad y, como tantos mensajes que he recibido dicen, en este
tiempo de comienzo se renueva la Esperanza.
4 de enero de 2015 (fecha original de publicación)
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