jueves, 10 de diciembre de 2015

Los Goya entre “Los desastres de la guerra” y “Los caprichos”



Desde que la gala de los premio Goya es un acontecimiento, me gusta verla. Y lo hago como ejercicio personal de penitencia, pues los últimos años siempre acabo cabreado y molesto, y aún así, fijo mi asiento cada noche de gala.

Este año ha supuesto una sorpresa por varios motivos, y ha pasado de ser purga a refresco agradable. De hecho, el único tuit que escribí esa noche decía: “Se agradece unos Goyas con menos soflamas, menos hipocresía de Armanis contra políticas sociales y más cine español de calidad #Goyas2015”. Me explicaré.

El cine no es mi fuerte. Lo veo: me gusta o me aburre o me deja indiferente. Pero desde hace años he pasado de colocar en la columna de ‘divertidos’ los largometrajes yanquis saturados de efectos a la columna de ‘aburridos’, comenzando a aparecer películas europeas y españolas entre las que me animan el espíritu. Por mi condición y ocupación, leo muchas más críticas de cine que películas visiono. No obstante, siento que es una fuente de expresión de muchas experiencias y realidades difíciles de plasmar y dar a conocer de otra manera. ¡Y qué caray! Me entretiene como otras pocas cosas. Por otro lado, las galas me suelen aburrir, pero ésta, al tener el morbo de ver las caras en directo de vencedores y vencidos, se hace atrayente. Aunque siento una molestia vital en cada evento que concede premios, al evidenciar lo injusta que es la vida: posiblemente la única profesión de ‘calado e impacto social’ que no tiene sus premios (ni Nobel, ni Grammis, ni Tonys, ni Ondas, ni Pulitzer, ni medalla alguna…) es la de educador, la de maestro y maestra. Me parece indignante, pero es reflexión de otro costal.

Dani Rovira fue más que cicerone, prestidigitador, logrando que una tarea tan manida y previsible se convirtiese en una sorpresa. Sin duda una de las estrellas de la noche y no solamente por su premio al actor revelación por Ocho apellidos vascos. Y además mostró que se puede ser gracioso sin desgraciar a nadie.

Fue un acierto pedirles a los que otorgaban los premios que se guardaran sus comentarios, salvo el divo de Almodóvar que ya se encargó de recordarnos el estilo zafio y maleducado que se ha gastado en otras ediciones. Luego se quejan de que algunas personas utilicen momentos y ámbitos determinados para hacer sus soflamas…
Reconozco que se hace pesado tanto agradecimiento por parte de los galardonados, pero pienso en mí recogiendo un Goya (algo totalmente inimaginable) y me gustaría expresar también el agradecimiento, lo cual no deja de ser un aprendizaje vital para las nuevas generaciones: uno es lo que es, y logra hacer lo que hace, en gran parte, gracias a otros. Además, en mi caso, no como le pasó a Trueba en los Oscar, como creo en Dios, para Él seguramente sería uno de mis primeros agradecimientos (lo siento por Billy Wilder).
Sobre el cine nominado en esta edición puedo decir poco. No tengo mucho tiempo para ir al cine (muy a mi pesar), pero me reí, y bien a gusto, con Ocho apellidos vascos. Hacer reír es una de las maravillas culturales del mundo, pero en este caso, hacernos reír en un contexto y sobre una temática que ha hecho sufrir tanto a los españoles merece el reconocimiento. Ganas me han quedado de ver ‘El niño’, ‘La isla mínima’ y ‘Mortadelo y Filemón…’

Yo tampoco había visto muchas más. De unos años acá me suele ocurrir: veo las películas a posteriori, después de la gala (que siempre intento ver entera y pocas veces lo consigo, al haber sido domingo). Y eso no me supone impedimento para disfrutarlas. También había visto “Ocho apellidos vascos” (como colofón del curso 13-14, el último día de clase) y me reí mucho, aunque quizás no tanto como cualquiera de vosotros por las expectativas que me habían generado amigos y conocidos. Y hace pocas semanas vi “La isla mínima”, y esa sí me gustó. Me impactó la temática, dura, dura; y cómo se ponen de manifiesto las bajezas del ser humano, en un entorno tan cerrado y opresivo como la sensación que transmite la película. Además, me recordó a un suceso escalofriante vivido de cerca hace muchos años que tuvo mucha repercusión mediática… En fin, me quedan pendientes unas cuantas pelis a las que, quizás este año, les llegará el momento.

Me quedo con un buen cuerpo tras la gala (aunque con algo de sueño). Celebro que hayamos pasado la etapa goyesca de ‘los desastres de la guerra’ y hasta la de ‘los caprichos’ de actores que hacían de su capa un sayo o de la gala un mitin panfletario. Espero que la senda nueva iniciada por el cine español no pase ahora por la etapa ‘oscura’ sino que retome ese primer Goya, educado por los padres escolapios de Zaragoza y alegre por la vida.


¡Ah! Y ¡cuánto agradecí no toparme con la familia Bardem! (La nuera es familia política y no cuenta). Yo, sin embargo, los eché de menos… A ellos y a algunos más. Quizá en la próxima gala nos volvamos a encontrar, porque esta vez yo tampoco pude acudir.

20 de febrero de 2015 (fecha original de publicación)

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