Llega un momento en
que no te reconozco. Y suele ocurrir cuando no me reconozco. Son tantas las
oportunidades para pasar desapercibidos que un día dejamos de ser, así sin más.
Buscamos tanto desaparecer que acabamos siendo invisibles. Y no es broma. Hace
tiempo que hago lo que no quiero, digo lo que no siento y sueño a lo que no
aspiro. La semana mengua hasta convertirse en día. He reducido el día a la
hora, y el instante solo es un eslabón perdido. Y mientras se sucede lo que
acontece más allá de mi ingenio pasa la vida como un acto innecesario. Amo lo
que no debo y soy infiel a mi propósito primero. Desespero anhelando lo
imposible mientras los atardeceres, por mi recurrente ausencia, acaban siempre
en tiniebla. Y mientras escribo a borbotones con la arteria de mis sentimientos
seccionada, voy viendo pasar las primeras lunas y las tardías, ajeno a su
pálpito menguante.
Necesito escribir
un rato sin rumbo fijado, caminando errante por sendas perdidas y en sentido
contrario. ¡Hay tantos momentos para vivir en lo establecido y correcto! (La
droga más perniciosa siempre es la rutina). Hoy necesito regurgitar
incertidumbres calladas. Así, sin freno ni medida.
Veo muchas miradas
calladas. Vidas sencillas atrincheradas en un sufrimiento silente. Y no dejo de
preguntarme: ¿para qué, si no, la palabra? Y es que sin darnos cuenta solo
hablamos de lo que no importa. Marchamos perdidos entre el dolor escondido y la
mentira expresada. Apenas quedan espacios para la súplica humana. Dios ha
desaparecido y con él, la última oportunidad de encontrarnos como somos:
diamantes toscos entre el barrizal del día a día... Ni siquiera nos buscamos.
¿Qué hacer
entonces? ¿Sucumbir al postizo pulular de los gestos cotidianos? ¿Acomodarse a
la mediocre vecindad de la existencia entre iguales? ¿Desertar de otra posible
vida?...
Yo apuesto por la
mirada traviesa. Por el descaro del anciano y la imprudencia del niño. Por
escuchar las mismas canciones que siempre me emocionan. Por arriesgar en el
roce permitiendo una invasión okupa a mi existencia. Por las verdades a medias
si no generan vida y las grandes mentiras si evitan el sufrimiento humano.
Yo apuesto por bailar a cualquier hora. Por leer de forma impulsiva. Por
no dejar pasar el momento (¡nunca!). Por decir lo que pienso y siento, aunque
no sea lo que se espera. Por mirar a la cara, aunque me (o te) duela.
Necesito respirar
sin ser coaccionado por credos ajenos e insolentes con la convivencia. Bostezo
ante tanto farsante del bien común. Adolezco de ánimo ante el drama del
desempleo y hago de mi llanto susurro en las noches que no cantan los grillos
ni los amantes desgastan sus labios escarchados.
Prefiero el frío
de invierno a la sátira del aire acondicionado. El pegajoso estío a la falsa
réplica de la sauna. Prefiero un hielo en las manos que limpiarlas en el balde
de la hipocresía y la mentira. Decir un "no sé" a "esto es
así". Señalar a confundir. La pupila a la papila. Vivir a morir.
Prefiero callar lo innecesario a herir. Llorar a no sentir. Tropezar en el
camino a quedarme quieta. Perderme a no andar por miedo. Ser vencida
arriesgando, a ganar conformándome con lo que no quiero.
Hoy tenía ganas de
escribir sin propósito. Expresar sin destinatario. Compartir al albur del
silencio. Pensarme mientras me duermo. Y a lo largo de estas líneas
entrelazadas, ponerme a cien por la carretera de mis dudas esquivando las
certezas amenazantes en sentido contrario.
17 de marzo de 2015 (fecha original de publicación)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Muchas gracias por dejar tu comentario. ¡Hasta la próxima!