jueves, 10 de diciembre de 2015

Escribiendo en sentido contrario

Llega un momento en que no te reconozco. Y suele ocurrir cuando no me reconozco. Son tantas las oportunidades para pasar desapercibidos que un día dejamos de ser, así sin más. Buscamos tanto desaparecer que acabamos siendo invisibles. Y no es broma. Hace tiempo que hago lo que no quiero, digo lo que no siento y sueño a lo que no aspiro. La semana mengua hasta convertirse en día. He reducido el día a la hora, y el instante solo es un eslabón perdido. Y mientras se sucede lo que acontece más allá de mi ingenio pasa la vida como un acto innecesario. Amo lo que no debo y soy infiel a mi propósito primero. Desespero anhelando lo imposible mientras los atardeceres, por mi recurrente ausencia, acaban siempre en tiniebla. Y mientras escribo a borbotones con la arteria de mis sentimientos seccionada, voy viendo pasar las primeras lunas y las tardías, ajeno a su pálpito menguante.

Necesito escribir un rato sin rumbo fijado, caminando errante por sendas perdidas y en sentido contrario. ¡Hay tantos momentos para vivir en lo establecido y correcto! (La droga más perniciosa siempre es la rutina). Hoy necesito regurgitar incertidumbres calladas. Así, sin freno ni medida.

Veo muchas miradas calladas. Vidas sencillas atrincheradas en un sufrimiento silente. Y no dejo de preguntarme: ¿para qué, si no, la palabra? Y es que sin darnos cuenta solo hablamos de lo que no importa. Marchamos perdidos entre el dolor escondido y la mentira expresada. Apenas quedan espacios para la súplica humana. Dios ha desaparecido y con él, la última oportunidad de encontrarnos como somos: diamantes toscos entre el barrizal del día a día... Ni siquiera nos buscamos.

¿Qué hacer entonces? ¿Sucumbir al postizo pulular de los gestos cotidianos? ¿Acomodarse a la mediocre vecindad de la existencia entre iguales? ¿Desertar de otra posible vida?... 

Yo apuesto por la mirada traviesa. Por el descaro del anciano y la imprudencia del niño. Por escuchar las mismas canciones que siempre me emocionan. Por arriesgar en el roce permitiendo una invasión okupa a mi existencia. Por las verdades a medias si no generan vida y las grandes mentiras si evitan el sufrimiento humano.

Yo apuesto por bailar a cualquier hora. Por leer de forma impulsiva. Por no dejar pasar el momento (¡nunca!). Por decir lo que pienso y siento, aunque no sea lo que se espera. Por mirar a la cara, aunque me (o te) duela.

Necesito respirar sin ser coaccionado por credos ajenos e insolentes con la convivencia. Bostezo ante tanto farsante del bien común. Adolezco de ánimo ante el drama del desempleo y hago de mi llanto susurro en las noches que no cantan los grillos ni los amantes desgastan sus labios escarchados.

Prefiero el frío de invierno a la sátira del aire acondicionado. El pegajoso estío a la falsa réplica de la sauna. Prefiero un hielo en las manos que limpiarlas en el balde de la hipocresía y la mentira. Decir un "no sé" a "esto es así". Señalar a confundir. La pupila a la papila. Vivir a morir.

Prefiero callar lo innecesario a herir. Llorar a no sentir. Tropezar en el camino a quedarme quieta. Perderme a no andar por miedo. Ser vencida arriesgando, a ganar conformándome con lo que no quiero.


Hoy tenía ganas de escribir sin propósito. Expresar sin destinatario. Compartir al albur del silencio. Pensarme mientras me duermo. Y a lo largo de estas líneas entrelazadas, ponerme a cien por la carretera de mis dudas esquivando las certezas amenazantes en sentido contrario.


17 de marzo de 2015 (fecha original de publicación)

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