¿”Biografía del
silencio” o “Autobiografía del silencio”? O quizá, “Biografía de
mi silencio”. Así jugué yo con los posibles títulos que busco siempre a
los libros que leo. En ocasiones siento la terrible necesidad de tirar el volumen
al autor tras su lectura, no por el contenido (alguna vez) sino por atentar
contra su propio libro con semejante título. En esta ocasión lo vi 'orientado'
pero había algo que me dejaba intranquilo: "Una biografía es algo muy
personal; hacerla de una experiencia universal me resulta algo
pretencioso", pensé. Por eso, surgió lo de la 'autobiografía', pero me
resultaba todavía más invasivo. Así que pensé en el autor, en su recorrido, en
la experiencia plasmada en estas líneas y vino en mi rescate el posesivo. Sí,
'su' experiencia del silencio quedaba perfectamente evocada y transmitida. Su
vida se convertía en invitación. Por eso, en mi último ejercicio creativo con
este libro, lo rebauticé: Biografía de mi silencio. Gracias, Pablo, por TU
silencio.
Terminar
Biografía del silencio, de Pablo
d´Ors, me ha dejado una sensación de serenidad francamente deliciosa. No de
plenitud, no de apabullamiento, no de grandeza ni de éxtasis. Solo serenidad.
Se
trata de un libro pequeño; casi parece una agenda de esas que se suelen llevar
en el bolso para anotar las tonterías y las cosas importantes. Cuando me lo
regalaron, así sin esperármelo, no le di demasiada importancia. Sí sabía que
sería un buen libro por el amigo que me lo regaló, pero su tacto, su portada,
su estructura… pues no me atrajeron mucho, la verdad.
Lo
empecé, como ávida lectora, devorándolo cual novela al uso. Y Carles me
advirtió: “es un libro para leerlo despacio; no tengas prisa”. Mi respuesta:
“lo leeré como yo quiera y luego ya veremos”. Para variar, marcando territorio.
Con estas palabras reconozco que él tenía razón. Pero tanta que, aun
esforzándome por hacerlo a mi manera, no lo he conseguido: el libro no se deja
leer rápido. O a mí, en concreto, no me ha dejado hacerlo así, a pesar de mi fuerza
de voluntad.
Lo
he ido saboreando a ratitos cortos, porque las reflexiones no pueden leerse de
cualquier manera. Hay frases con tanto contenido que, por breves que son, es
necesario releerlas. Y volverlas a leer… Al terminar una o dos meditaciones, la
mente queda tan reflexiva que no apetece continuar; realmente vale la pena
cerrar el libro, deleitarse con las palabras y saborear el siguiente fragmento
otro día, para empaparse de verdad de su sentido.
Así
pues, tras un mes de lectura, cierro hoy sus páginas tranquila y con una
sensación un tanto extraña. Este libro no me ha llenado como lo han hecho
otros, pero sí me ha dejado un sabor de boca especial: el inicio de algo, no sé
exactamente de qué; la inquietud de búsqueda, aunque tampoco podría decir qué
quiero encontrar; la necesidad de calma, eso sí lo tengo claro. Y la certeza de
que hay que vivir, sin ninguna duda. El autor explica en el libro algo así como
que la vida no es un cúmulo de experiencias, sino la vivencia auténtica de las
experiencias que tengamos. Más o menos. He resistido la tentación de buscar la
cita exacta porque prefiero plasmar mi percepción y degustarla, aunque no se
corresponda exactamente con lo que dice Pablo d´Ors.
Justo
en verano, un momento del año en que casi todos deseamos vivir a tope,
desconectar, hacer cosas, aprovechar el tiempo, hacer más cosas, salir,
organizar encuentros… llega el final del libro y me serena. Inevitablemente me
hace remontarme a algunos veranos en los que he deseado ser como los de los
anuncios de Estrella Damm por lo
menos: amigos, mar, fiesta, música, amor y, por supuesto, cerveza. Y esto está
bien, muy bien, diría yo. Pero lo otro también: parar el motor, sentarse,
relajarse, escuchar, dormir, pasear, hablar, rezar, tener tranquilidad, ir
despacio y, de tanto en tanto –según el aguante de cada uno-, hacer silencio.
Por dentro y por fuera. Para cargar pilas de verdad y ponerse en marcha
después.
Lo
curioso del caso es que he necesitado escribir esto poco después de terminar el
libro. Quizás, siguiendo el título, debería haber hecho silencio. Ese
pensamiento me ha paralizado unos segundos, pero no me ha impedido actuar. Porque
quiero dejar constancia de esta agradable sensación de serenidad y calma, para
poder releer estas palabras e intentar rescatar esa paz interior cuando los
tiempos vividos estén marcados por el ritmo del ruido y la ansiedad; que
llegarán, seguro. Y porque he reaprendido que nunca es tarde para empezar; así
pues, para hacer –o continuar haciendo- silencio, tengo el resto del día, y el
resto de mi vida.