viernes, 19 de agosto de 2016

Biografía del silencio

¿”Biografía del silencio” o “Autobiografía del silencio”? O quizá, “Biografía de mi silencio”. Así jugué yo con los posibles títulos que busco siempre a los libros que leo. En ocasiones siento la terrible necesidad de tirar el volumen al autor tras su lectura, no por el contenido (alguna vez) sino por atentar contra su propio libro con semejante título. En esta ocasión lo vi 'orientado' pero había algo que me dejaba intranquilo: "Una biografía es algo muy personal; hacerla de una experiencia universal me resulta algo pretencioso", pensé. Por eso, surgió lo de la 'autobiografía', pero me resultaba todavía más invasivo. Así que pensé en el autor, en su recorrido, en la experiencia plasmada en estas líneas y vino en mi rescate el posesivo. Sí, 'su' experiencia del silencio quedaba perfectamente evocada y transmitida. Su vida se convertía en invitación. Por eso, en mi último ejercicio creativo con este libro, lo rebauticé: Biografía de mi silencio. Gracias, Pablo, por TU silencio.


Terminar Biografía del silencio, de Pablo d´Ors, me ha dejado una sensación de serenidad francamente deliciosa. No de plenitud, no de apabullamiento, no de grandeza ni de éxtasis. Solo serenidad.

Se trata de un libro pequeño; casi parece una agenda de esas que se suelen llevar en el bolso para anotar las tonterías y las cosas importantes. Cuando me lo regalaron, así sin esperármelo, no le di demasiada importancia. Sí sabía que sería un buen libro por el amigo que me lo regaló, pero su tacto, su portada, su estructura… pues no me atrajeron mucho, la verdad.

Lo empecé, como ávida lectora, devorándolo cual novela al uso. Y Carles me advirtió: “es un libro para leerlo despacio; no tengas prisa”. Mi respuesta: “lo leeré como yo quiera y luego ya veremos”. Para variar, marcando territorio. Con estas palabras reconozco que él tenía razón. Pero tanta que, aun esforzándome por hacerlo a mi manera, no lo he conseguido: el libro no se deja leer rápido. O a mí, en concreto, no me ha dejado hacerlo así, a pesar de mi fuerza de voluntad.

Lo he ido saboreando a ratitos cortos, porque las reflexiones no pueden leerse de cualquier manera. Hay frases con tanto contenido que, por breves que son, es necesario releerlas. Y volverlas a leer… Al terminar una o dos meditaciones, la mente queda tan reflexiva que no apetece continuar; realmente vale la pena cerrar el libro, deleitarse con las palabras y saborear el siguiente fragmento otro día, para empaparse de verdad de su sentido.

Así pues, tras un mes de lectura, cierro hoy sus páginas tranquila y con una sensación un tanto extraña. Este libro no me ha llenado como lo han hecho otros, pero sí me ha dejado un sabor de boca especial: el inicio de algo, no sé exactamente de qué; la inquietud de búsqueda, aunque tampoco podría decir qué quiero encontrar; la necesidad de calma, eso sí lo tengo claro. Y la certeza de que hay que vivir, sin ninguna duda. El autor explica en el libro algo así como que la vida no es un cúmulo de experiencias, sino la vivencia auténtica de las experiencias que tengamos. Más o menos. He resistido la tentación de buscar la cita exacta porque prefiero plasmar mi percepción y degustarla, aunque no se corresponda exactamente con lo que dice Pablo d´Ors.

Justo en verano, un momento del año en que casi todos deseamos vivir a tope, desconectar, hacer cosas, aprovechar el tiempo, hacer más cosas, salir, organizar encuentros… llega el final del libro y me serena. Inevitablemente me hace remontarme a algunos veranos en los que he deseado ser como los de los anuncios de Estrella Damm por lo menos: amigos, mar, fiesta, música, amor y, por supuesto, cerveza. Y esto está bien, muy bien, diría yo. Pero lo otro también: parar el motor, sentarse, relajarse, escuchar, dormir, pasear, hablar, rezar, tener tranquilidad, ir despacio y, de tanto en tanto –según el aguante de cada uno-, hacer silencio. Por dentro y por fuera. Para cargar pilas de verdad y ponerse en marcha después.


Lo curioso del caso es que he necesitado escribir esto poco después de terminar el libro. Quizás, siguiendo el título, debería haber hecho silencio. Ese pensamiento me ha paralizado unos segundos, pero no me ha impedido actuar. Porque quiero dejar constancia de esta agradable sensación de serenidad y calma, para poder releer estas palabras e intentar rescatar esa paz interior cuando los tiempos vividos estén marcados por el ritmo del ruido y la ansiedad; que llegarán, seguro. Y porque he reaprendido que nunca es tarde para empezar; así pues, para hacer –o continuar haciendo- silencio, tengo el resto del día, y el resto de mi vida.