“Soy un ciudadano
del mundo” es una expresión que siempre me ha costado hacer mía. Es un bonito
deseo, una manera ecuménica de situarse en el mundo, pero creo que
desarraigada, confusa y con una pizca de falta de compromiso real (pero solo es
mi impresión). Es de esas frases que suenan más a ‘quedabien’ que a postura
comprometida y vinculante, creíble. Es de esas expresiones que dicen todo pero
no dicen nada, como algunos y algunas que para reivindicar su amor generoso
acaban profesando su amor a nadie: ‘yo amo a todos por igual’… El amor, siempre
es preferencial o no lo es; quien ama a todos por igual hace de su capacidad de
amar un sucedáneo, un plagio cómodo y barato, edulcorado y desencarnado. Pues
algo así vivo yo con el reconocimiento de mis raíces culturales, sociales y
vitales. Yo, mucho más que ciudadano del mundo, soy valenciano y español, en
ese orden, por cronología, cultura, lengua paterna y lugar físico en el que
realicé mis primeras inspiraciones. Mi primer llanto fue en Valencia, como mi
primera sonrisa, mi primeras palabras y mis primeros enfados. Con el tiempo me
reconocí español y, desde entonces, siento con agradecimiento ambas raíces de
manera indisoluble.
Y digo
agradecimiento y no orgullo. Pues el orgullo divide y crea bandos, secciona,
intenta encumbrar y defender, comparar y confrontar, y siempre la defensa
orgullosa acaba siendo una oposición a otra realidad. El agradecimiento
reconoce sin comparación, acoge la propia realidad sin fragmentarla y ante
todo, evidencia un sentimiento de cariño sin oposición a nada. Sí, doy gracias
y me siento agradecido de ser español y valenciano (y viceversa).
En este último
año y medio de mi vida he tenido que vivir en dos países Latinoamericanos y me
ha tocado visitar otros tres. Cuando estás fuera, lo propio, las raíces, cobran
protagonismo o, al menos, se sienten más en el día a día. Sin saberlo y sin
esperarlo, un día, te caza furtivamente un sentimiento que te devuelve un
aroma, un color, un paisaje, un acento o un rostro concreto y surge una gotita
de añoranza de tu tierra, no en la que moras sino la que te ha dado savia y
sabiduría durante los años tempranos. Te sientes crecido pero con una
conciencia amplia y tenaz de tener raíces y así agradecerlas. No es orgullo, ni
siquiera oportunismo, es el feliz reconocimiento de sentirte que eres parte de
un legado histórico, una herencia feliz y gratuita en la que muchos de tus
familiares han aportado cuanto menos, la propia vida. Eres un ser con raíces y
eso te da consistencia y te hace crecer con vigor.
Me cuesta acoger,
con cierto prurito piscológico incómodo, que se haga de la propia historia arma
arrojadiza en vez de enriquecimiento del acervo humano, de la propia cultura
motivo de enfrentamiento en vez de noble diversidad y de la propia lengua
instrumento de confusión en vez de preciosa pluralidad lingüística. En
ocasiones pienso que no es orgullo lo que se manifiesta (ciertamente no es
agradecimiento) con estas exaltaciones nacionalistas sino baja autoestima,
inseguridad vital y desprecio a la verdadera diversidad humana que no viene
dada por el capricho humano ni la fuerza de los argumentos sino por la
concordia que suscita al compartirla. Las culturas, como las personas, no se
enfrentan, se complementan y enriquecen mutuamente.
En estos meses no
me ha importado entonar el himno nacional de un país que no es el mío,
sintiendo que me hacía eco de una historia y una cultura magníficas. ¡Y hasta
lo he cantado con emoción! Cuando oigo los primeros acordes, me vienen rostros,
paisajes, tonos, aromas y sabores. Y entonces me nace la pregunta, ¿por qué
escuchar o tararear el himno nacional de España suscita malestar, enojo y hasta
vergüenza en muchos lugares y a muchos españoles? ¿Es acaso España un país sin
una historia, una cultura y una lengua que agradecer? Y si además es el lugar
que nos ha visto nacer, crecer, madurar y crear, ¿por qué entonarlo nos expone a
ser vituperados con adjetivos despectivos y de un extremismo político que nada
tiene que ver con la afiliación real de muchos? Es injusto, además de ser
insano e indigno. Quiero sentirme agradecido sin que eso motive el rechazo
ajeno.
Estar fuera de mi
contexto me ha hecho valorar y querer más a mi país. Soy español (y valenciano)
y con ello no quiero negar las raíces y sentimientos de nadie, al contrario,
ofrezco lo que soy como un legado agradecido a este mundo.
¡Viva la madre
que nos parió! Y gracias.
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(La elección de la imagen no es responsabilidad del autor del texto. La otra parte del blog, tras releer la entrada, apuesta por un mapa cultural. Al fin y al cabo, la diversidad engrandece y enriquece).