domingo, 11 de febrero de 2018

España, mi tierra.

“Soy un ciudadano del mundo” es una expresión que siempre me ha costado hacer mía. Es un bonito deseo, una manera ecuménica de situarse en el mundo, pero creo que desarraigada, confusa y con una pizca de falta de compromiso real (pero solo es mi impresión). Es de esas frases que suenan más a ‘quedabien’ que a postura comprometida y vinculante, creíble. Es de esas expresiones que dicen todo pero no dicen nada, como algunos y algunas que para reivindicar su amor generoso acaban profesando su amor a nadie: ‘yo amo a todos por igual’… El amor, siempre es preferencial o no lo es; quien ama a todos por igual hace de su capacidad de amar un sucedáneo, un plagio cómodo y barato, edulcorado y desencarnado. Pues algo así vivo yo con el reconocimiento de mis raíces culturales, sociales y vitales. Yo, mucho más que ciudadano del mundo, soy valenciano y español, en ese orden, por cronología, cultura, lengua paterna y lugar físico en el que realicé mis primeras inspiraciones. Mi primer llanto fue en Valencia, como mi primera sonrisa, mi primeras palabras y mis primeros enfados. Con el tiempo me reconocí español y, desde entonces, siento con agradecimiento ambas raíces de manera indisoluble.
Y digo agradecimiento y no orgullo. Pues el orgullo divide y crea bandos, secciona, intenta encumbrar y defender, comparar y confrontar, y siempre la defensa orgullosa acaba siendo una oposición a otra realidad. El agradecimiento reconoce sin comparación, acoge la propia realidad sin fragmentarla y ante todo, evidencia un sentimiento de cariño sin oposición a nada. Sí, doy gracias y me siento agradecido de ser español y valenciano (y viceversa).
En este último año y medio de mi vida he tenido que vivir en dos países Latinoamericanos y me ha tocado visitar otros tres. Cuando estás fuera, lo propio, las raíces, cobran protagonismo o, al menos, se sienten más en el día a día. Sin saberlo y sin esperarlo, un día, te caza furtivamente un sentimiento que te devuelve un aroma, un color, un paisaje, un acento o un rostro concreto y surge una gotita de añoranza de tu tierra, no en la que moras sino la que te ha dado savia y sabiduría durante los años tempranos. Te sientes crecido pero con una conciencia amplia y tenaz de tener raíces y así agradecerlas. No es orgullo, ni siquiera oportunismo, es el feliz reconocimiento de sentirte que eres parte de un legado histórico, una herencia feliz y gratuita en la que muchos de tus familiares han aportado cuanto menos, la propia vida. Eres un ser con raíces y eso te da consistencia y te hace crecer con vigor.
Me cuesta acoger, con cierto prurito piscológico incómodo, que se haga de la propia historia arma arrojadiza en vez de enriquecimiento del acervo humano, de la propia cultura motivo de enfrentamiento en vez de noble diversidad y de la propia lengua instrumento de confusión en vez de preciosa pluralidad lingüística. En ocasiones pienso que no es orgullo lo que se manifiesta (ciertamente no es agradecimiento) con estas exaltaciones nacionalistas sino baja autoestima, inseguridad vital y desprecio a la verdadera diversidad humana que no viene dada por el capricho humano ni la fuerza de los argumentos sino por la concordia que suscita al compartirla. Las culturas, como las personas, no se enfrentan, se complementan y enriquecen mutuamente.
En estos meses no me ha importado entonar el himno nacional de un país que no es el mío, sintiendo que me hacía eco de una historia y una cultura magníficas. ¡Y hasta lo he cantado con emoción! Cuando oigo los primeros acordes, me vienen rostros, paisajes, tonos, aromas y sabores. Y entonces me nace la pregunta, ¿por qué escuchar o tararear el himno nacional de España suscita malestar, enojo y hasta vergüenza en muchos lugares y a muchos españoles? ¿Es acaso España un país sin una historia, una cultura y una lengua que agradecer? Y si además es el lugar que nos ha visto nacer, crecer, madurar y crear, ¿por qué entonarlo nos expone a ser vituperados con adjetivos despectivos y de un extremismo político que nada tiene que ver con la afiliación real de muchos? Es injusto, además de ser insano e indigno. Quiero sentirme agradecido sin que eso motive el rechazo ajeno.
Estar fuera de mi contexto me ha hecho valorar y querer más a mi país. Soy español (y valenciano) y con ello no quiero negar las raíces y sentimientos de nadie, al contrario, ofrezco lo que soy como un legado agradecido a este mundo.

¡Viva la madre que nos parió! Y gracias.



https://www.thinglink.com/scene/698155806008279042

(La elección de la imagen no es responsabilidad del autor del texto. La otra parte del blog, tras releer la entrada, apuesta por un mapa cultural. Al fin y al cabo, la diversidad engrandece y enriquece).

domingo, 4 de febrero de 2018

Una gala más...

Anoche, viendo la gala, ya estaba pensando yo qué escribiría sobre ella. ¿Qué se puede decir de aquello que es soso, que pasa sin pena ni gloria, que no gusta e incluso que aburre? Ninguno de mis interlocutores de whatsapp la resistió entera. Y es que, este año, nos lo han puesto difícil a los entusiastas del cine español.

De entrada, un “no” para los presentadores. Cierto que yo no soy fan de ellos, pero ya empezaron con un ritmo muy lento, poca chispa y, en mi opinión, poca gracia. Yo eché de menos a Dani Rovira o a Corbacho, que comenzaban la gala con una fuerza y un entusiasmo que marcaba un nivel de predisposición en el espectador importante.

Hasta los estilismos, que siempre son un punto fuerte, flaquearon. Quizás estaba  condicionada ya por la dinámica de la gala, pero no puedo decir que ningún invitado ni invitada me llamara la atención significativamente. Marisa Paredes iba elegante y, de ellas, destacaría a Verónica Sánchez. Para los hombres prefiero el clásico esmoquin; por mencionar a uno de los que vistió como a mí me gusta, discreto a la par que elegante, menciono a Marc Clotet.

Sí me llamó la atención el directo de “Marlango” y la sensual voz de Leonor Watling. Para uno de mis amigos en concreto, sin duda el mejor momento de la gala.

Las películas, interesantes. Yo solo había visto “La llamada”, que aún recibió alguna estatuilla. Mi marido quiere ver “Oro”, pero yo tengo muchas ganas de ver “Handía”, “El autor” y, sobre todo, “La librería”.

¿Qué piensa una después de su enésimo café con una amiga de toda la vida o con una compañera de trabajo? ¿Qué ocurre después de una conversación telefónica cotidiana? ¿Alguien se lamenta porque no ha ocurrido nada trascendental, significativo y determinante que ha cambiado su vida? No. Es un acontecimiento más. Así me sentí yo después de la gala: ha sido una más. La número 32. De hecho, pensé un instante: ¿qué suceso significativo recuerdo yo de mis 32 años? Y se desvaneció el pensamiento antes de encontrarlo.

Sin embargo, sin esa suma de acontecimientos intrascendentes no ocurre ni se llega a valorar lo memorable. Todos los encuentros que se producen día a día con los demás no me cambian radicalmente la vida; todas las conversaciones cotidianas no me producen éxtasis variados de felicidad. Pero no cambio ni uno solo de esos momentos –y, por supuesto, ni una sola de esas personas- por algo extraordinario. Eso mismo pienso de la 32 edición de los Goya: no pasará a la historia de las galas aunque, como ocurre en el día a día con los pequeños sucesos y las palabras cotidianas, las películas que participaron sí pueden protagonizar posteriores momentos de disfrute personal y relación con los demás. ¿Quién no vive ese micromomento de felicidad compartiendo una peli disfrutada? ¿O viendo otra por recomendaciones ajenas y luego contactando con quien la ha recomendado? Yo sí. ¡Ambos! ¡Y mucho!

Pues eso. Una gala que anima a seguir viendo cine. Hecho por hombres o por mujeres, que a mí me da igual. Supongo que los que acudieron al evento, que son los cineastas, tomaron buena nota del lema de la noche, “Más mujeres”: para escribir más personajes femeninos, o nominar más trabajos hechos por nosotras, o equiparar su sueldo con el de ellos. Solo los que están allí pueden hacerlo. Y el detalle del abanico me gustó: cuanto menos, de utilidad.


Para terminar, un cartel. Cuando lo vi, ya me llamó la atención en sí mismo por varios motivos: una amiga lo tiene de foto de perfil, contiene un mensaje maravilloso y, además, me gustaría ser la chica que hace realidad uno de sus sueños: tener una librería.