jueves, 10 de diciembre de 2015

Y después, ¿qué?

Alguien me dijo hace poco que le gustaba vivir de los recuerdos. Pero eso no siempre es fácil, porque la tónica general es que olvidemos pronto los acontecimientos, los momentos, las personas, con las que hemos compartido algo especial, sobre todo si no volvemos a saber de ellas. Quizás por la vorágine de la rutina, por el ansia de novedades, por la falta de memoria o, simplemente, porque ya pasó y hay que mirar hacia delante.

Una de las maneras más bonitas y más antiguas de no olvidar es escribir después sobre aquello vivido, o a aquellas personas con quienes has compartido esa experiencia tan especial que quizás hasta haya marcado tu vida. Todos sabemos que, tras haber vivido algo significativo a veces con alguien concreto, hay un antes y un después en nuestro camino. Por ello, escribir ayuda mucho: a recordar y revivir emociones, sentimientos, sensaciones y pensamientos que dolieron o alegraron en su momento, que ayudaron a construir en nuestra vida o destruyeron, pero que son nuestros y forman parte de nuestra historia personal. Y, con ellos, seguimos caminando.

Cada uno ponemos nombre a cada experiencia vivida que nos ha marcado. Cada uno sabe quién sería el destinatario de su carta. Aquí y hoy son los jóvenes que vivieron de forma especial un acontecimiento con el que celebramos, año tras año, la mayor de las fiestas: la Pascua de Resurrección.

CARTA A LOS JÓVENES QUE VIVIERON LA PASCUA

Quizá no lo recuerdes, pero hace unos días, tal vez semanas, estabas aquí, junto a otros jóvenes como tú, expresando que había sido una experiencia que te había marcado. Celebramos la Pascua, ¿recuerdas? 
Desde aquel primer encuentro tras el viaje, todavía con la duda de si estabas acertando al dedicar cuatro días de tus vacaciones a "esto". Presentaciones, caras nuevas (otras no), sensación de que la gente era un poco friki… pero ya no podías volverte. Así que a dormir y que mañana sea lo que sea.


Vino el jueves y todo estuvo en torno a palabras y experiencias de amor y servicio. Recuerdo que algunas de las cosas compartidas te sonaban 'a lo de siempre', pero el testimonio de algún compañero y alguna de las propuestas te tocó algo el corazón. Y sea como sea, el hecho de que te laven los pies no te dejó indiferente: extrañeza, incomodidad, escalofrío, conmoción, rechazo... ¡los sentimientos que es capaz de suscitar un hecho tan simple! "Ponerse a los pies de alguien..." Y junto a la intimidad del lavatorio y la celebración de la Cena, la soledad de la noche. ¡Qué real y parecida es a veces la vida de Jesús con la tuya!, ¿verdad? Te sientes rodeado de compañeros, amigos, interactuando en las redes sociales... y de repente, entras en tu habitación y te sientes la persona más sola del mundo. Nada te saca de esa densa y dura soledad... Como Jesús en Getsemaní. El deseo de que 'alguien rece contigo', que viva ese momento cerca de ti, que puedas experimentar que tienes una mano a la que asirte, un hombro en el que llorar, unos ojos donde descansar... pero no hay nadie. Tú. Quizá, tú y Dios. Como Jesús. Y éste, además, traicionado por un amigo...


Ya estabas 'en sintonía' cuando comenzamos el viernes. Habían pasado apenas 24 horas y parecía que hubieses estado varios días. Y menudo programón: acompañar a Jesús en su camino de la cruz (y en latín, via crucis). Más que seriedad y silencio, este día se llenó de preguntas: ¿por qué el dolor, el sufrimiento, la injusticia, las diferencias, el odio, la violencia...? Resonaba la noticia: "147 jóvenes universitarios cristianos asesinados brutal y despiadadamente en Garissa, Kenya". Suena duro, pero suena lejos. Como el camino de Jesús. Al final, el eco llama la atención, pero no reconocer la voz ni poder dialogar hace que se pierda la intensidad. Pero llegó tu vida. Tus sufrimientos, tus dudas, tus miedos, tus huidas, tus mentiras, tus heridas... Y éstas sí que resuenan y conmueven y paralizan y sacan lágrimas. En ese momento, recostar tu vida sobre la cruz no es solo un ejercicio de psicomotricidad, es entrar en la experiencia del descanso y la acogida incondicional... Viernes santo... Cruz, muerte, sepulcro... ¡Vaya programón!


El sábado fue un día cuanto menos sorprendente. O eso dijisteis bastantes de vosotros. Lo que viviste, lo viviste. Y solo te animo a que, de vez en cuando, lo traigas al corazón. No te dejes engañar por "fue un momento de subidón" o "fruto de un calentón emotivo". Te recuerdo que la vida es la suma de esas experiencias que zarandean, animan y sorprenden nuestra vida; el cúmulo de esos momentos que al sumarlos dan como resultado las ganas de seguir adelante. Y el peor enemigo de la vida, es el olvido.
 No olvides lo vivido esta Pascua, forma parte de tu vida, como Dios. Puede ser un fundamento para ella. Lo que viviste, ya forma parte de ti. Lo que recibiste como promesa, guárdalo como tal. Lo que sentiste con intensidad, tráelo de vez en cuando al corazón. (Así lo haré yo).
 Y te dejo que seguro tienes mucho que hacer, que escuchar, que decir, que enviar, que estudiar, que perder, que disfrutar...

La Pascua que viviste, es ya tu Pascua. ¡Disfrútala! ¡Compártela! ¡Vive y Verás!


13 de abril de 2015 (fecha original de publicación)

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