jueves, 10 de diciembre de 2015

¡Adiós, febrero!

Mucha gente que conozco opina que febrero es un mes feo, frío, sin gracia, sin fiestas, sin color (carnaval, sí, pero el frío no lo acompaña; lo siento)… Lo único bueno que tiene es su corta extensión y, a pesar de ella, se hace largo y oscuro como un túnel.
    
Cuando llega la mitad del mes y empieza a asomar un poco el sol (en Valencia, al menos; bien lo sabe Rita Barberá que lo proclama ante la multitud asistente al primer acto oficial de Fallas), parece que comienzan a verse destellos, pequeñas ráfagas de esa luz que para mí está al final del túnel del invierno. Cierto es que este termina en marzo, pero cuando pasamos la barrera del 28 (a veces del 29, se me olvidaba) el túnel ya ha terminado, y por estos lares algún día hasta te pones manga corta o francesa (las frioleras como yo) para celebrarlo.
    
Y es que a mí el frío, el viento, la lluvia y la falta de luz, me constriñen, me inmovilizan, me limitan. Pero, gracias a Dios, a otros les revitalizan, les motivan, les generan capacidad de trabajo y les dan hasta ilusión por cumplir sueños. Sucede como en la vida misma: algunos, ante la rutina, la monotonía, el día a día, la estabilidad, la comodidad, lo fácil… son incapaces de reaccionar a pesar de sentirse constreñidos e inmovilizados, como me pasa a mí durante el invierno. Y otros, sin embargo, son capaces de crear y cambiar e, incluso, ¡buscar la felicidad!
    
Me siento afortunada de estar rodeada de amigos y conocidos a los que pondría en el grupo de los capaces, de los que crean, de los que no se conforman. Porque es muy fácil (y, sin duda, lo más cómodo) aposentarse en tu propia estabilidad y en tu propio camino hecho (a veces por ti, y a veces por otros). Por desgracia la situación económica actual ha borrado los planos previstos en la vida de muchas personas, y algunas de ellas han tenido que empezar a dibujar de nuevo su camino, con lápices que se rompen enseguida y con poca gama de colores; a veces incluso con algún o algunos caminantes más a su vera a los que tienen que llevar de la mano y que hacen más difícil el diseño del plano.
    
En otros casos, con caminos en marcha y horizontes seguros, sin situaciones que forzosamente hagan replantear nuevos itinerarios, con toda esa estabilidad monótona que garantiza una vida aparentemente ya construida, uno decide hacer un alto en el camino (o dos), ralentizar la marcha o desviar la dirección trazada desde hacía tiempo por cumplir un sueño. Así de simple.
    
Últimamente he conocido e incluso vivido sueños preciosos construidos a mi alrededor: parar un tiempo para hacer la tesis doctoral, escribir un libro de repostería, de vela latina, de teología feminista y hasta una novela negra ambientada en mi ciudad; aprender a tocar la guitarra, montar una academia con esfuerzo, sudor y lágrimas, preparar y correr la Quebrantahuesos, estudiar una carrera a distancia o dejarlo todo durante un tiempo para buscarte la vida en, por ejemplo, Londres. Y muchos más que, seguro, podemos añadir a la lista.
    
Es la creatividad de la vida, que llega a veces por obligación y otras por devoción; pero siempre es necesaria.
    
Confieso que disfruto contemplando, acompañando y viviendo procesos creativos, de cambio –a pesar de que en ocasiones son dramáticos- porque es donde la persona cobra toda su fuerza e importancia. La inteligencia, el coraje, la constancia y la voluntad se revalorizan. Sobre todo, para uno mismo. Alguien que no se resigna, que no se conforma, que lucha, que vence su miedo (porque siempre lo hay; siempre), que es capaz de enfrentarse a quien no le deja crecer… todo por cumplir un sueño (que a veces es seguir viviendo dignamente y otras hacer realidad anhelos deseados) siempre me causa admiración y es un ejemplo para los demás, porque enseña a mayores y pequeños a perseguir sueños y a no conformarse con desearlos. Enseña además que el cambio es posible y la mayoría de veces positivo.
    
Incluso en situaciones tristes, la oportunidad de poder volver a empezar, de encontrar una salida, genera esperanza y alegría. En una vida monótona tener alternativa de cambio supone una ilusión. Y hasta en una vida plena, cumplir expectativas y deseos colma de felicidad. En estos tiempos de Cuaresma los cristianos insistimos en esto mismo: las personas podemos y debemos cambiar para ser mejores, para ser felices, para celebrar la plenitud de la Pascua de Resurrección.
            
O quizá, ¡vivir es esto! ¿Y si un día despertamos de la rutina y nos apercibimos que lo ordinario no es más que la conformación con un sueño infecundo e inútil? Vivir es crear, pues la muerte es la única que detiene la vida y algunos andan muy ocupados en no vivir. Crisis, paro, pesimismo,… son experiencias que nutren nuestra capacidad de crear. Es como la lluvia. Nada hay más placentero, excitante, connatural y vigorizante que dejarte empapar por la lluvia. Es verdad que hacerlo en febrero puede provocarte unos días de cama, pero llega el tiempo templado y el calor y es momento de empaparse. ¡No andemos siempre con chubasquero y paraguas! No hay vida, no hay creación, sin exposición a la lluvia (aunque ésta venga preñada de barro). No en vano, la Cuaresma es el símbolo de un final inevitable del invierno que grita por todos sus poros el anuncio primaveral de la vida.


    

Por todo esto, por mojarnos, por renacer, por vivir y ser felices y, además porque termina febrero, brindamos contigo por la llegada de marzo y la creatividad de la vida. ¿Te apuntas?

26 de febrero de 2015 (fecha original de publicación)

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